Yara Harake

Dret a la pau
Líban

Yara Harake lleva más de una década trabajando por la justicia, la libertad y la dignidad de las personas. Esta defensora libanesa, ahora asentada en Barcelona, trabaja como consultora de comunicación y medios tanto nacionales como internacionales; el eje de su trabajo es la exploración que nace en la dicotomía entre la paz y el conflicto. 

 

Sabe de lo que habla: como libanesa ha tenido que vivir en el conflicto que azota su región; y durante sus años de juventud ha trabajo con comunidades locales, personas refugiadas, migrantes y otros grupos vulnerables. Ha llevado a cabo proyectos de inclusión de la diversidad y ha ayudado a decenas de personas a transformar sus realidades. Entre su trayectoria destaca el trabajo como técnica de comunicación en la Syrian Female Journalists Network (Red de Mujeres Periodistas Sirias). También ha trabajado en Civicus Global Alliance, una coalición de derechos humanos. Además de su trabajo en el ámbito de los derechos humanos en diferentes organizaciones, Harake tiene un blog, en el que comparte sus perspectivas como mujer libanesa, migrante y defensora de espacios seguros y creativos. 

 

En septiembre de 2019 llegó a Castelló de la Plana para estudiar un máster en Estudios Internacionales, Paz, Conflicto y Desarrollo. No estaba en sus intenciones el quedarse a vivir en España, pero cuando terminó los estudios, su país, Líbano entraba en una espiral de crisis económica de la cual aún no se ha recuperado. 

 

“Yo en mi país estaba bien; y hasta ese momento había oportunidades, pero entonces se intensificó la crisis económica y todo fue empeorando. La gente empezó a perder dinero, algunos bancos cerraron, las manifestaciones se sucedían una tras otra porque la gente reclamaba sus derechos… ¿Cómo te vas a quedar en un país en el que no puedes imaginar el futuro? Me volví a España. Desde entonces, la crisis en Líbano ha ido a peor: la aparición del Covid, la crisis política y ahora la situación en Gaza…”, explica Harake. Fue así como decidió instalarse en Barcelona, donde ya tenía algunos amigos. “Elegí Barcelona por el mar, porque para mí es muy importante poder estar cerca del mar”, dice con cierta nostalgia. “Si creces al lado del mar, como es mi caso, eso queda en la memoria colectiva”. Y añade: “La gente nos etiqueta como migrantes, pero no ve las capas de personas que somos; las personas que éramos antes de esa migración”. 

 

Asegura que ha sido ‘activista’, a pesar de que no le gusta la palabra, durante casi toda su vida. “Cuando Estados Unidos y otros países invadieron Irak, en 2003, yo era una adolescente, y recuerdo haber asistido a numerosas manifestaciones. Puedo decir que en mi entorno casi todo el mundo es así, ‘activista’; por eso nunca he visto mi vinculación con los derechos humanos como algo especial. Siempre he luchado y trabajado por el bienestar colectivo” 

 

Yara Harake estudió bioquímica, pero nunca ha ejercido. “Nunca me interesó trabajar en un laboratorio o en una farmacéutica internacional. Por el contrario, siempre me gustó escuchar las historias de la gente y descubrir las capas de personalidad. Eso me fascina, porque las personas podemos tener un montón de identidades”. Fueron esas ganas de escuchar las que la llevaron a acercarse de manera profesional a la defensa de los derechos de las personas y la justicia global. “También el hecho de haber nacido en una de las zonas más perjudicadas del mundo… Te haces mayor y te das cuenta de cómo opera el sistema; de cómo a la gente que se niega a aceptar los postulados y que se atreve a decir ‘no’ se la machaca”. 

 

Las narrativas de la comida 

Una de las áreas de trabajo de Yara Harake tiene como eje la comida y las narrativas que se desprenden de esta. Asegura que le encanta cocinar, y que también eso es un acto de resistencia y lucha política. La activista ha participado en procesos de sanación de mujeres abusadas y sobrevivientes de violencia que tienen como eje la cocina y los alimentos. 

 

“La cocina puede actuar como archivo y como resistencia. ¿Por qué los israelíes destruyen los olivos de los palestinos en la Cisjordania ocupada? Porque el olivo es un símbolo de Palestina, y se relaciona directamente con el relato y la narrativas de la causa palestina. ¿Por qué el Estado de Israel planta pinos donde antes había campos de olivos? Precisamente para eso: para arrancar el pasado y destruir las narrativas. Hablar de comida y alimentos concretos también es resistir”, concluye. 

 

 

Líbano, un país en la encrucijada 

En los últimos meses, Líbano ha estado en el epicentro de la guerra que se inició el 7 de octubre de 2023 en Gaza. Los ataques del ejército israelí se han extendido al sur del Líbano, en la región de Beqaa y en algunos distritos de la capital, Beirut, por el apoyo de la milicia libanesa Hezbolá a la milicia palestina Hamás, que hasta la fecha mencionada controlaba Gaza. El punto álgido de las hostilidades recientes entre Israel y Líbano se produjo entre el 17 y el 18 de septiembre de 2024, cuando decenas de dispositivos ‘busca’ y walkies talkies explotaron de manera simultánea en un ataque coordinado perpetrado por el Mossad. Desde entonces, los ataques de Israel en el sur del Líbano no han dejado de sucederse. Si bien se produjo un alto al fuego el pasado 27 de noviembre, las hostilidades siguen hasta hoy en día y las violaciones de esta tregua han sido repetidas, lo que ha ocasionado el desplazamiento de población tanto libanesa como israelí. 

 

Antes de que Líbano se viera envuelto en la guerra en la Franja de Gaza, el país ya atravesaba un momento complicado debido a una importante crisis financiera ocasionada por la caída del tipo de cambio en 2019 (el valor de la libra libanesa cayó entonces hasta un 98%) y que ocasionó que gran parte de la ciudadanía perdiera los ahorros de toda una vida; la explosión en el puerto de Beirut de 2020 (que dejó más de 200 muertos y daños incalculables); y la aparición de la pandemia por la Covid-19. La crisis de liquidez, ligada a la inflación, la corrupción por parte de la clase política. y la mala gestión han provocado que el país haya tenido que solicitar ayuda humanitaria a países extranjeros.  

 

En estos años, la inestabilidad económica de este país de menos de seis millones de habitantes pero situado en un punto estratégico en Oriente Medio ha ido ligada a una inestabilidad política importante. Tras más de dos años con un Gobierno en funciones en manos de Najib Mikati (desde que se celebraran las elecciones legislativas en mayo de 2022), recientemente el país ha conseguido formar un nuevo Ejecutivo. Tan solo hace unos meses, el nuevo presidente libanés, Joseph Aoun, nombró primer ministro a Nawaf Salam, que tiene por delante varias tareas importantes, como la finalización de las hostilidades con Israel y el reflote económico del país. 

 

Entrevista a Yara Harake

“Si no saludamos a nuestros vecinos, ¿cómo vamos a tener empatía por la gente de Gaza?” 

 

No te gusta definirte ni que te definan como activista. 

No me gusta la palabra ‘activista’ porque pienso que el activismo es una manera de estar en el mundo como ciudadana consciente. Los y las ‘activistas’ no somos gente extraordinaria, ni especial, ni tenemos algo distinto. El activismo es decidir que tú tienes unos derechos y tienes responsabilidades hacia esos derechos, tanto tuyos como de los demás. Ser activista es estar presente en el día a día. 

 

En tu trayectoria profesional, ¿cuál ha sido el trabajo más duro? 

El trabajo con personas con historias de vida complejas es desgastante emocionalmente. Durante muchos años estuve llevando a cabo entrevistas con gente afectada por la guerra; con personas refugiadas, etcétera. Era gente desplazada, procedente de Siria, Palestina, Turquía, Jordania. También pude conocer a mucha gente que llegaba desde Sudán, muchas de ellas trabajadoras domésticas. Ver el sufrimiento de todas estas mujeres, el racismo que sufrían, la lucha por conseguir los papeles, los abusos a los que eran sometidas a todos los niveles… Eso me desgastaba mucho; sobre todo porque ante estas situaciones no puedes ser ni objetivo ni neutral. De hecho, a veces he tenido que tomarme descansos de este trabajo y hacer algo más de rutina, para poder sanarme en lo personal. Me interesa una comunicación positiva y que se enfoca en las personas, pero no solo desde sus miserias, o la narrativa de la guerra. El tema de Palestina siempre me ha afectado mucho, por la zona de la que vengo y por un tema de justicia, para ellos y para nuestra región. También he podido trabajar en proyectos con gente de Bolivia, Perú y Centroamérica. En esto he aprendido sobre las luchas, que a menudo son interseccionales. El trabajo en diferentes causas me ha permitido tener una visión amplia del mundo. Los que se aprovechan del sistema son siempre los mismos, en todas las partes del mundo.  

 

Tú has tenido mucho contacto con palestinos y palestinas. ¿Cómo vives todo lo que ocurre actualmente en Gaza? 

Es durísimo. Tengo amigos en Gaza, en Jordania, donde viví dos años; en lo que se considera Israel, amigos palestinos que viven en Líbano… Palestina, en cierta manera, también es mi casa; así que todo este horror me afecta mucho. El horror ha estado siempre, pero no lo veíamos. Ahora, con las redes sociales, lo vemos diariamente; por eso también se ha normalizado lo que ocurre y por eso la gente se ha insensibilizado. Estamos anestesiados. Pero en realidad, cómo me sienta yo no importa; porque hay que hablar de Israel, de Estados Unidos, de la posición de la Unión Europea.  

 

En Líbano también ha habido bombardeos.  

Yo tengo familia en el sur del Líbano, que fue bombardeado por Israel. La situación se vive con mucho horror y tensión, porque un día estás hablando con tu familia y no sabes qué va a suceder al día siguiente, si van a sobrevivir esa noche o no. Esto es lo que está pasando en Gaza, aunque las situaciones no son comparables. Los gazatíes que viven aquí [en Catalunya] no llevan una vida normal, porque están pendientes de lo que pasa allí. Esto es una forma de terrorismo: cuando un país decide que puede atacar a otro sin más, eso es terrorismo. El ataque de Israel con los ‘buscas’ en Líbano, es una operación de terrorismo, digan lo que digan.  

 

Tú has trabajado en procesos de reconciliación. ¿En el caso de Palestina e Israel, es posible? 

¿Qué es la paz? Lo que importa es la justicia. Los conflictos son algo habitual y suceden en todos los ámbitos, entre las mismas comunidades. Es algo muy humano y muy natural, y existen en nuestro día a día. En el caso de Palestina, los israelíes llevan años insistiendo en una narrativa que no es cierta: ¿qué Dios da tierras? El primer reto es deconstruir una narrativa falsa y reconocer lo que se ha hecho. Yo no tengo soluciones, pero sé que todo pasa, en este caso, por aceptar que Israel es un Estado colonial presente en un territorio conformado por diferentes etnias, la mayoría árabes. Lo primero es reconocer que se ha hecho algo mal; y luego iniciar un proceso de reparación y justicia. Yo no creo en la solución de los dos Estados; Palestina es un solo Estado. Por otra parte, y volviendo al tema de la narrativa, es necesario tener cuidado con el lenguaje. Cuando hablamos de ‘Oriente próximo’, exactamente ¿a qué nos referimos? ¿O qué significa ‘mundo árabe’? Las culturas son diversas y abordar las realidades como bloques no ayuda; hay que deconstruir los bloques y mostrar las diferentes capas de los asuntos. No somos exóticos.  

 

En una entrevista anterior decías que los conflictos son una oportunidad para la transformación positiva de la sociedad. En un mundo plagado de conflictos, ¿es eso posible? 

El mundo nos está avisando de que hay cosas que no van bien desde hace tiempo. A lo que preguntas: no es imposible, pero es más difícil ahora, porque no tenemos las herramientas suficientes para combatir un sistema tan poderoso. Podemos, eso sí, ir avanzando poco a poco. Nos falta imaginación para pensar que las cosas pueden ser distintas. La gran mayoría de nosotros pensamos en un mundo apocalíptico, pero podemos cambiar las cosas si empezamos por abajo: la educación es lo más importante. La educación entendida como las relaciones en los hogares, en los colegios, en el vecindario, en el barrio. Hemos perdido la conexión con nuestro alrededor. Si no saludamos a nuestros vecinos, ¿cómo vamos a tener empatía por la gente de Gaza? Yo digo siempre que no voy a dejar que este mundo me cambie. La gente no es mala, ni tiene nada personal contra las personas; es el entorno en el que vivimos, la rapidez con la que suceden las cosas. Cuando empiezas a imaginar que tú puedes cambiar algo, que tu conducta puede influir en los demás, todo cambia. Es difícil, pero es posible. 

 

Vivimos rodeados de distopías, hay poco lugar para la utopía y la posibilidad de pensar que todo puede ir a mejor.  

Esto es así porque beneficia al sistema; pero también porque la idea de una utopía mundial que le sirva a todas las personas no existe. En el mundo compartimos algunos valores básicos, pero luego los valores culturales de cada comunidad pueden diferir. En un mundo pluridiverso es difícil encontrar una solución que nos funcione a todos, pero eso no implica que no podamos pensar en ellas.  

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