Itza López

Democràcia i llibertat d’expressió
Nicaragua

Itza López Borge nació en 1997 y creció en el barrio de Bello Horizonte, en Managua, capital de Nicaragua. Activista nicaragüense del movimiento de la Universidad Nacional Agraria 19 de Abril, participó en las protestas de 2018 contra el autócrata Daniel Ortega. Tras años de resistencia, cambiando constantemente de casa para evitar a las autoridades, el auge represivo no le dejó más opción que huir de Nicaragua, y se exilió en Barcelona en 2021. Protagonista del documental El viatge d’Itza, producido por Fora de Quadre y Cabal Films, su historia sirve para entender la deriva del régimen de Ortega, el sabor agridulce que les queda a esos y esas brigadistas que romantizaron y participaron de la revolución sandinista, y los efectos del exilio forzado en la comunidad nicaragüense. 

Itza, cuyo nombre viene inspirado por el libro La mujer habitada, de Gioconda Belli, es la hija menor de una familia que creyó en la revolución sandinista. Su padre, catalán, hizo su investigación universitaria sobre los procesos agroecológicos en Nicaragua. Tras un período allí durante la guerra, congenió con la revolución en marcha, y regresó para asentarse de forma definitiva antes de las elecciones de 1984, las primeras democráticas tras décadas de dictadura de los Somoza. Encargado de un proyecto de las Naciones Unidas, conoció a la que sería su mujer, la madre de Itza, una mujer de San Miguelito, del río San Juan, en la frontera entre el Caribe Sur y el Pacífico. Mi mamá participó en la revolución y era profesora de danza en la Universidad Nacional Agraria. Y allí se conocieron, recuerda Itza. 

Su padre residió en Nicaragua alrededor de 25 años y dirigió proyectos de ayuda de instituciones internacionales. En 2014, ya desencantado con la revolución, un agente gubernamental le recomendó que abandonara Nicaragua. Y así lo hizo, sin su familia, para regresar al Estado español. Falleció en 2020, poco antes de que Itza, de nacionalidad española, llegara como exiliada a Barcelona.  

En Catalunya, Itza afronta los problemas que condicionan a la mayoría de migrantes. Como el Estado español no aceptó la convalidación de los créditos de su grado en Turismo para el Desarrollo Rural, que no pudo terminar en Nicaragua por un semestre, tuvo que matricularse durante un año en una universidad catalana. Le costó 7.000 euros. Luego trabajó 18 meses en un proyecto de economía solidaria. Y recientemente, con su bicicleta, se convirtió en repartidora. Una inestabilidad propia de quienes aún buscan su sitio en un entorno desconocido. 

Nos falta grabar la segunda parte del documental, que es sobre el exilio en Costa Rica. Es donde se vive más duro. Hace unas semanas allí asesinaron a Roberto Samcam. El Gobierno de Costa Rica no quiere meterse y la oposición se siente insegura. No hay apoyo económico, y hay muchos nicaragüenses viviendo en la calle, explica Itza, y añade: Al final, los que estamos exiliados en Europa tenemos un privilegio diferente al de la gente que está en Costa Rica. 

 

Nicaragua y la deriva autoritaria de Daniel Ortega 

Nicaragua es un país centroamericano bañado por dos océanos, el Pacífico y el Atlántico, en el que la sociedad parece resignada ante el poder absoluto de Daniel Ortega, uno de los líderes del marxista Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), organización que en 1979 ayudó a derrocar a la longeva dictadura de los Somoza y que, más tarde, venció a los paramilitares de la Contra financiados por Estados Unidos. 

Daniel Ortega, vencedor de las primeras elecciones democráticas, las de 1984, ha ido limando la democracia nicaragüense para afianzar su poder, sobre todo tras su regreso al poder en 2006. Desde entonces, el líder sandinista ha reprimido cualquier voz opositora y reformado las leyes para eternizarse en el poder. Debido al giro autoritario, sus aliados de la revolución le han abandonado, y muchos de ellos se han visto obligados a exiliarse. Sin contrapesos, la última muestra de resistencia popular fue en 2018, cuando el descontento acumulado estalló por una reforma en la Seguridad Social. Entonces, durante meses, los universitarios se atrincheraron en sus facultades y resistieron las prácticas violentas de las autoridades. 

355 personas fallecidas y más de 2.000 heridas son el resultado de un período al que le siguió una negociación entre colectivos sociales y Gobierno. Nada funcionó; y Ortega, ya sin resistencia en la calle, inició la última ofensiva tras las elecciones de 2021, cuando encarceló y obligó a exiliarse a los principales opositores. La lista incluye a familias cruciales en la historia de Nicaragua y da cuenta de la división creada en el sandinismo. Entre los exiliados, destacan la escritora Gioconda Belli, el periodista Carlos Fernando Chamorro, el obispo Silvio Báez y los exguerrilleros sandinistas Luis Carrión, Sergio Ramírez, Dora María Téllez o Mónica Baltodano Marcenaro. También exiliada falleció recientemente la expresidenta nicaragüense Violeta Chamorro. 

Desde 2018, se estima que más de 600.000 personas han tenido que huir de Nicaragua. La mayoría son personas anónimas: las más mayores vieron caer una dictadura y formarse otra; y las más jóvenes no han conocido otra figura que no sea la de Daniel Ortega. 

Entrevista a Itza López

Si no nos sentamos, nunca sacaremos a Daniel Ortega

En 2018 estallan protestas por una reforma en la Seguridad Social. ¿Cuál fue el detonante? 

En Nicaragua, la mayoría de la población joven vive con sus abuelas porque los padres han migrado a Costa Rica, Estados Unidos o cualquier otro país. La abuelas cargan con el coste económico, más allá de lo que manden los padres. Por eso, la reforma también afectó a los jóvenes, que salieron a protestar con los abuelos. Todo reventó el 18 de abril del 2018, cuando golpearon a los chavales de una universidad privada gestionada por jesuitas, la Universidad Centroamericana. Esa misma noche, tomamos la universidad en la que yo estudiaba, aunque lo hicimos legalmente, con el permiso del rector. 

Sabiendo que no se podía confiar en Ortega, ¿por qué parasteis? 

En los primeros días había ataques, pero no eran tan sanguinarios. No moría gente, aunque te sacaban un ojo o hacían desaparecer a alguien. De un día para otro, el Gobierno empezó a desalojar todos los recintos y ordenó más contundencia a las fuerzas de seguridad. Los jóvenes lo intentamos todo. El país estuvo medio parado durante siete meses, pero, entre octubre de 2018 y febrero de 2019, el Gobierno inició la operación limpieza, como hacía Somoza. No es que decidiéramos parar, sino que nuestra seguridad estaba en riesgo, y el siguiente paso habría sido morir por nuestro pensamiento. Tuvimos que buscar otra manera de luchar. Formamos la Alianza Cívica, en la que estábamos los empresarios y los estudiantes. También nació Unidad Nacional Azul y Blanco, compuesta por personas del MRS, que son sandinistas disidentes, que no querían estar con los empresarios en una misma organización. Lo intentamos, y para las elecciones creamos la Coalición Nacional, que incluía a Alianza Cívica, Unidad Nacional Azul y Blanco y al resto de movimientos civiles. Sacamos un candidato que iba a ser Félix Maradiaga. Lo inhabilitaron. Sacamos otro, Juan Sebastián Chamorro, que también inhabilitaron. Decidimos buscar otro carro, y nos subimos al de Kitty Monterrey, una señora ultra conservadora que no me gustaba nada. 

Y Ortega tuvo su mejor resultado, un 75%. 

Pero solo votó el 37% de la población. Y de ahí, probablemente, solo un 10% fue el que votó por Ortega. Había cantidad de muertos en las listas. Además, ellos metieron gente en los centros de votación, un sandinista del barrio que no te dejaba votar si eras opositor. 

En el presente, Ortega se aleja de las corrientes ideológicas de izquierda. Incluso se convirtió en aliado de la Iglesia. ¿Cómo valora su relación con la Iglesia? 

Nicaragua es un país muy católico. Tras su vuelta al poder en 2006, Ortega negoció con la Iglesia; necesitaba feligreses. Dijo que ilegalizaría el aborto si en las iglesias pedían el voto para él. Hicieron un pacto, y Ortega ilegalizó el aborto completamente, hasta el terapéutico, ni siquiera para una niña de 12 años víctima de una violación. Este pacto se rompió en el 2018, cuando la Conferencia Episcopal convocó el Diálogo Nacional. El Gobierno empezó a vincular a la Iglesia con la oposición, y ahora teme las reuniones o festividades católicas. De hecho, no permite las procesiones religiosas multitudinarias. Pero antes de 2018, eran amigos íntimos: a todos los actos del Gobierno iba la Iglesia, y el Gobierno aprovechaba cualquier festividad para hacer campaña. El lema era Nicaragua: cristiana, socialista y solidaria. Ahora, el Gobierno es evangelista. 

Cuando emigró en 2021, ¿por qué lo hizo, no tenía esperanza? 

No, después de las elecciones comenzaron a perseguir activistas. No quedaban muchas opciones, y me cuestionaba qué iba a hacer si entraba en la cárcel. Habían agarrado a dos de mis amigos, a dos amigas las metieron presas y las hicieron cosas humillantes: tomaron fotos de ellas desnudas; policías hombres hicieron la revisión corporal; las mantuvieron varios días sin comida. No quería vivir eso. Pero yo siempre digo que la revolución de Nicaragua [contra Somoza] fue planeada por un grupo de 40 intelectuales, la mayoría exiliados en Costa Rica. Por eso, es importante crear espacios para nicaragüenses, en los que nosotros mismos decidamos qué vamos a hacer. El activismo en el exilio es difícil: o trabajas o haces activismo. Pero, si no nos sentamos, nunca sacaremos a Ortega. 

Importantes personalidades de Nicaragua están exiliadas, muchas en Costa Rica. ¿Me puede hablar de esa diáspora menos conocida, de personas como usted? 

En Costa Rica hay un montón de exiliados. Hay muchos jóvenes. La vida allí es muy cara, decimos que es la Suiza de Centroamérica, y los nicaragüenses están viviendo situaciones precarias. No hay muchos trabajos, como aquí, en Barcelona. Un músico muy famoso, don Luis Enrique Mejía Godoy, que tiene canciones famosas de la revolución, vive en una situación paupérrima en Estados Unidos: pinta cuadros, los vende por internet, va sacando cositas; para el documental, le pedimos que nos hiciera una introducción, y nos hizo una parte de una canción. 

Y en su caso, ¿cómo fue ese proceso de integración en Barcelona? 

Me vine a casa de mi abuela. Fue duro para ella, que llevaba muchos años acostumbrada a vivir sola. Y duro para mí, porque estaba viviendo con una señora con la que no me había criado; la venía a ver una vez cada 4 años. No nos entendimos, y a los tres meses mi abuela me echó de su casa. Sin trabajo, recurrí a mi red nicaragüense. Estuve en casa de un amigo. Un mes, hasta que encontré trabajo en un McDonald’s. Cuando empecé a tener un poco más de dinero, alquilamos un piso en Sants. De momento, he tenido tiempo para trabajar y sobrevivir. Ahora mismo estoy sin trabajo, estaba trabajando de repartidora en bicicleta, pero tuve que renunciar: tuve una crisis nerviosa del cansancio durante una ola de calor. 

¿Qué es lo que más echa de menos de Nicaragua? 

La facilidad para hacer cosas sin dinero. Aquí todo es muy capitalista. Para todo se requiere dinero. No encajo en un mundo tan consumista. Y claro, al no tener posibilidades económicas, para mí es complicado hacer amistades. Tengo mi círculo de amigos, nicaragüenses en su mayoría, y no es que no quiera relacionarme, es que no tengo los medios económicos para seguir el ritmo de la gente. 

Es la protagonista del documental, que narra su exilio. ¿Cómo terminó enrolándose en este proyecto? 

Neus Ràfols, una periodista que me contactó para hacer una entrevista para un artículo sobre Nicaragua, me dijo que existía la posibilidad de grabar un documental y que si me gustaría participar. Ella tenía la idea de contar la relación de Catalunya con Nicaragua, pero le dije que no se podía olvidar de la traición a la revolución. Y ahí, metiendo mi cuchara, salió ‘El viatge dItza‘, que cuenta todo sobre lo que hemos hablado a través de mi historia. 

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