Karima Shujazada

Derechos de las mujeres. Derechos de las personas refugiadas.
Afganistán
Afghan Women on The Run

Karima Shujazada (Bamiyan, 1994) es una periodista afgana actualmente refugiada en Barcelona. En el año 2000 se instaló en Irán con toda su familia, pero volvieron a Afganistán dos años más tarde, en 2002. Allí, Karima Shujazada finalizó su educación secundaria. En 2015 empezó a estudiar periodismo en la Universidad de Balj y se graduó en 2018. Durante el tiempo que estuvo en la universidad, trabajó en el ámbito de los derechos humanos y también como periodista. Fue entonces cuando empezó su carrera de activista en favor de los derechos de las niñas y las mujeres afganas.

La vida de Karima cambió de manera radical cuando los talibanes volvieron al poder, en agosto de 2021. Hasta aquel momento y desde 2018, había trabajando como facilitadora de paz en la organización Afghan Women’s Talent Development Center, donde llevaba a cabo formaciones y capacitaciones para mujeres tanto en zonas urbanas como rurales. Con la vuelta de los talibanes al poder, tuvo que dejar su trabajo y recluirse en casa. Esto no le impidió, antes de marcharse del país, organizar algunas manifestaciones por los derechos de las mujeres. La situación, sin embargo, se volvió tan crítica, que Karima Shujada y su hermana decidieron huir por el paso fronterizo de Islam Qala, entre Irán y Afganistán.

En Irán estuvo unos tres meses y medio. Allí, ella y su hermana intentaron tramitar un visado hacia Europa, pero les fue imposible; así que decidieron marcharse a Pakistán, donde sí pudo tramitar un visado hacia España. En 2022, y gracias a las gestiones de la organización Afghan Women on The Run, Karima Shujazada logró llegar a España y ahora vive en Barcelona, donde estudia un máster en Relaciones Internacionales, Seguridad y Desarrollo en la Universidad Autónoma (UAB). En una entrevista reciente aseguró: “Los talibanes no han cambiado, pero sí que lo han hecho las mujeres afganas”. De momento, tiene pocas esperanzas de poder volver a su país; no mientras los talibanes continúen en el poder.

Afghan Women on The Run

No se puede escribir la historia de Karima Shujazada sin mencionar a la organización catalana Afghan Women on The Run, compuesta por una red de voluntarias que en agosto de 2021 empezaron a ayudar a aquellas mujeres que querían o necesitaban huir de Afganistán. Queralt Puigoriol fue la impulsora de esta iniciativa. “Todo empezó cuando los talibanes volvieron al poder. Veía todas aquellas imágenes de gente intentando huir en aviones abarrotados y todo lo que aparecía por las redes. Vi, precisamente en las redes, que una chica pedía ayuda, así que le escribí un mensaje ofreciéndome para ayudar en lo que fuese necesario. Y ahí nació Afghan Women on The Run”, explica. “A partir de entonces, me empezaron a escribir otras personas y también otras mujeres dispuestas a ayudar. Creamos un grupo de Whatsapp y nos empezamos a coordinar”. Hasta el día de hoy, Queralt Puigoriol y sus compañeras han ayudado a unas 700 mujeres afganas a salir del país. Lo hacen con las donaciones voluntarias de la gente, sin recibir ningún otro tipo de ayuda y organizándose “como pueden”, confiesa. “En estos años hemos trabajado con otras organizaciones internacionales y también del resto de Catalunya y de España. También tenemos un sistema de madrinas que nos ayudan con dinero mensual que se les envía a las mujeres que están en Pakistán esperando el visado”. Karima Shujazada es uno de los casos a los que Queralt Puigoriol tiene más cariño y constituye un caso de éxito: el de una persona que ha sabido espabilarse en el país receptor y salir adelante, mirar hacia el futuro que le espera y saber aprovechar la oportunidad.

Las mujeres en el Afganistán actual: en el punto de mira

A pesar de disponer de embajadas en diferentes países y de los intentos de dar una imagen más amable, en Afganistán, la situación para las mujeres que no quieren seguir con los preceptos talibanes continúa siendo muy peligrosa. egún han podido documentar distintos organismos internacionales, como Human Rights Watch (HRW), desde que tomaron Afganistán en agosto de 2021, los talibanes han cometido numerosas violaciones de derechos humanos, en particular contra las mujeres y niñas del país. HRW ha llegado a la conclusión de que “muchos de los abusos contra mujeres y niñas constituyen crímenes de lesa humanidad de persecución por motivos de género”. La libertad de circulación o el acceso a la educación y al trabajo están prohibidos para mujeres y niñas en el Afganistán de los talibanes. La represión no termina aquí: el régimen aplasta cualquier voz disidente, ha cerrado medios de comunicación y ha prohibido la actividad de numerosas organizaciones de la sociedad civil que tenían el foco de trabajo en los derechos humanos.

Desde que volvieron al poder los talibanes, ACNUR calcula que han huido del país 1,6 millones de personas. Una parte importante de esta población se dirige a Pakistán, como hizo Karima Shujazada tras su paso por Irán. De hecho, Irán y Pakistán acogen a casi el 90 % de todos los refugiados afganos registrados.. En Pakistán, sus derechos continúan siendo vulnerados: en muchas ocasiones, las personas refugiadas procedentes de Afganistán son obligadas a volver a su país; en otras, se les confisca la documentación; y en otras, son sujeto de detenciones masivas. Según ha podido documentar HRW, solo desde septiembre de 2023, las autoridades de Pakistán han expulsado a más de 375.000 afganos y afganas, de los cuales 20.000 habrían sido deportados a Afganistán. La represión no solo la sufren los recién llegados: “Entre los deportados o obligados a irse se encuentran afganos que nacieron en Pakistán y nunca vivieron en Afganistán”, relata la organización. También se calcula que desde agosto de 2021, se han tenido que desplazar internamente unos 3,2 millones de personas afganas.

Entrevista a Karima Shujazada

¿Cómo nace ese activismo y esas ganas de empoderar a otras mujeres?

Ya en la escuela, me interesaban las cuestiones de género. Estudié periodismo, pero no me entusiasmaba demasiado. Durante la carrera, de hecho, es cuando empiezo a trabajar como voluntaria en el ámbito de los derechos de las mujeres. También trabajé un año como presentadora en la televisión. El trabajo como periodista me permitió conocer otras realidades del país. Yo antes no me había planteado que había chicas que no podían ir a la escuela o que las obligaban a casarse. Una vez, preparando un reportaje me di cuenta de todas estas cosas. Y fue entonces cuando decidí hacer del activismo un trabajo.

Y empezaste a hacer acompañamiento a mujeres. ¿En qué consistía tu trabajo?

Durante tres años, proporcioné formación a mujeres sobre sus propios derechos, en zonas alejadas de los centros urbanos. Les explicaba cómo podían tener una vida más independiente, cómo resolver sus propios asuntos, etcétera. Era un buen trabajo. En Afganistán hay muchísimas familias que quieren que sus hijas se casen muy jóvenes, con 15 y 16 años. Hay incluso familias que las casan con 12 años. Abordábamos estos casos. Esto también me causaba algunas dificultades, porque en mi país, las mujeres que trabajan, y más en estos ámbitos, podemos tener problemas. Decirle a una chica que puede estudiar o que no está obligada a casarse si no quiere, puede meterte en líos. Aun así, estoy muy contenta con el trabajo que llevé a cabo.

¿Con qué clase de problemas te encontrabas?

Primero hay que dejar clara una cosa: los talibanes nunca ‘volvieron’ a Afganistán porque nunca se fueron. No estaban en las ciudades, pero estaban en las montañas. Yo vivía en Mazar-e-Sharif y no teníamos esos problemas, pero sí que los tenían en sitios más remotos. Yo trabajé mucho en Samangan [al norte de Kabul, cerca de la frontera con Uzbekistán y Tayikistán], por ejemplo, y allí estaban los talibanes. Había un gobierno municipal, pero había presencia de talibanes. Eran ellos los que prohibían hacer cosas y nos amenazaban. De hecho, cuando montábamos actividades, la municipalidad tenía que enviar gente para protegernos, para apoyarnos.

Y cuando los talibanes regresaron al poder, en agosto de 2021, se terminó todo.

Exacto, no se podía hacer nada. Me tenía que quedar en casa y no podía trabajar.

¿Cómo viviste el momento en que Estados Unidos anunció la retirada de las tropas?

No sé qué decirte. Durante los veinte años que estuvieron los norteamericanos en nuestro país, tampoco tuvimos paz. Había explosiones diarias y muertos por todas partes: en las mezquitas, en las escuelas, en las clínicas, en las universidades, etc. Nosotros ya convivíamos con los talibanes, pero nunca pensé que volverían al poder. Me costó mucho aceptarlo. Aquel día en concreto, me dijeron que debíamos salir de la ciudad [en aquel momento Karima Shujazada trabajaba en Samangan, a unos 120 kilómetros de donde vivía su familia, en Mazar-e-Sharif] y volver a casa, con nuestras familias.

¿Había más seguridad en las casas?

Sí, porque fuera de casa yo no tenía un hombre acompañante, y se supone que las mujeres no nos podemos desplazar solas. Durante el primer mes, me puse el burka. Con el burka, te puedes mover fuera de casa. Fue entonces cuando vi que todo se acababa. Ponerse un burka es como estar en una cárcel. Todo se volvió muy difícil. Se decía que cuando los talibanes llegaban [a les ciutats o els pobles] escogían chicas para casarse. También se decía que los talibanes nunca llegarían a Kabul. Así que mi hermana y yo nos fuimos a Kabul. Pero los talibanes sí que llegaron. Lo di todo por pedido.

¿En esos momentos, cómo se gestiona el miedo?

Cuando no te queda otra opción, cuando no tienes ninguna perspectiva de futuro, el miedo desaparece. Afganistán es un país que ha estado veinte años en guerra, y yo me acuerdo de todo. Me acuerdo cuando a finales de los noventa los talibanes llegaron al poder y nos fuimos a Irán. Me acuerdo de nuestra vuelta en 2001 y cómo fue empezar de cero, las dificultades que pasamos. Mi padre no podía trabajar porque tenía una enfermedad, mis hermanos eran pequeños, etcétera. [Karima Shujazada té dues germanes i quatre germans] Y ahora la pesadilla ha vuelto. En el Afganistán de ahora, las chicas no pueden estudiar, no pueden ir a la universidad, no pueden trabajar, no pueden desplazarse solas, no pueden ir al parque, ni decir nada, no pueden viajar. En definitiva: no pueden hacer nada. Tú tenías una vida y ahora ya no la tienes. Pero hay que pasar el miedo; los miedos no sirven para nada. Hay que continuar.

Tú organizaste una manifestación contra las políticas de los talibanes.

Sí, la organizamos a partir de un grupo de Messenger. Queríamos preguntarles a los talibanes por qué no nos dejaban trabajar o viajar. Escribimos frases en algunos carteles y convocamos a la gente. A primera hora, vinieron bastantes personas. Yo tenía contactos en los medios de comunicación y se lo dije. Vinieron, pero los talibanes arrestaron a los periodistas. Nosotras continuamos hasta el edificio de gobernación de la ciudad, donde se comprometieron a organizar un debate para abordar estas cuestiones. Nunca se hizo. Después de esta manifestación todo cambió y los talibanes arrestaron a algunas chicas.

Y entonces decides huir de Afganistán.

Los talibanes estaban torturando y matando a muchas mujeres. A veces las encontraban muertas. Mi familia y mi entorno me convenció para que mi hermana y yo nos fuésemos. Primero nos fuimos de casa, a otro sitio más apartado: cambiábamos de alojamiento cada semana, para que no nos encontrasen. Tras algunas semanas, decidimos huir del país.

Tras cruzar la frontera, estuviste tres meses y medio en Irán y luego fuiste a Pakistán.

En Pakistán estuve 21 días, el tiempo de hacer el visado.

¿Cómo te pones en contacto Afghan Women on The Run?

Cuando arrestaron a mi hermano, una mujer periodista me envió un número de Whatsapp y me dijo que había un grupo de mujeres españolas que estaba ayudando a mujeres afganas. Me puse en contacto con ellas e intentamos gestionar un visado desde Irán, pero fue imposible; así que me fui a Pakistán.

Y a través de Afghan Women on The Run llegas a Barcelona. Ahora estás estudiando un máster en la Universidad Autónoma. ¿Cuáles son los retos y las dificultades que te has encontrado aquí en el ámbito burocrático?

Cuando llegué, estuve unos días en Barcelona, primero en un centro con otras personas migrantes y después en una residencia de estudiantes. Allí estaba bien, porque tenía algunas personas de apoyo; pero luego me trasladaron a un albergue en Berga. Allí me puse mal, porque, aunque la gente de Cruz Roja me trataba muy bien, no tenía apenas a nadie y me resultaba complicado ir a Barcelona. Pasé allí diez meses.

¿Aún tienes familia en Afganistán?

Sí, pero mi madre, mi hermano y mi cuñada consiguieron llegar a Madrid. También tengo una hermana en Suiza. ¡Y ahora, un sobrinito catalán!

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