Laila Ajjawi

Defensa de los derechos de las personas migradas y refugiadas.
Palestina

Laila Ajjawi es una de los miles de personas que han nacido y crecido en un campo de refugiados, concretamente en el campo de Irbid, en el norte de Jordania. Sus abuelos tuvieron que huir de Palestina y asentarse en este lugar después de 1948, fecha de la Naqba. «No salí del campo de refugiados hasta que no fui a la universidad. Toda mi educación, en todos los ámbitos, se produjo allá. Cuando era adolescente me preguntaba cómo era el mundo de fuera». Proveniente de una familia humilde, Ajjawi creció en un entorno que siempre la apoyó, pero, como ella misma reconoce, no fue fácil. Vivía en un espacio sin privacidad (durante sus años de niñez toda la familia vivía en una misma habitación, siendo seis hermanos). «Nunca tuve un espacio propio. Abajo vivían los abuelos; en el piso de arriba, los tíos. Esto hizo que empezara a dibujar y a escribir». Al principio hacía dibujos infantiles, pero despacio fue perfeccionando la técnica y desarrollando un estilo propio.

A pesar del talento que tenía, Laila Ajjawi no estudió bellas artes, sino biomedicina, pero nunca ha llegado a ejercer la profesión. «Hice prácticas en un hospital, pero nunca me he dedicado a esto. Me pasé la época universitaria apuntándome a talleres gratuitos relacionados con el arte y la ayuda humanitaria». Y es precisamente, en este último campo, además del artístico, en el cual se ha desarrollado como profesional.

Refugiados que dan refugio y una carrera artística consolidada

Con la carrera acabada y la perduración de la guerra de Siria, Ajjawi vio claro qué quería hacer: ayudar a las personas que llegaban a Jordania buscando refugio. Con este objetivo, hizo una serie de formaciones con las Naciones Unidas, hecho que permitió que pudiera empezar a trabajar como formadora. Desde entonces, ha estado en diferentes organizaciones y ha combinado su carrera artística con la humanitaria.

Laila Ajjawi pintó un mural por primera vez el 2013, y asegura que le cambió la vida. Esta primera intervención en el espacio público se produjo dentro del campo de refugiados donde vivía. «Una amiga me invitó a probar y me encantó. Sentí una sensación muy buena, muy poderosa, pero me pareció muy complicado poder llegar a dominar la técnica», dice. Después de esta primera experiencia, fue seleccionada para participar en un acontecimiento de artistas en Ammán, la capital jordana. A pesar del reto económico que le supuso —ella vivía en el norte y en aquel momento apenas trabajaba— acabó yendo. Estuvo tres días mirando qué hacían sus compañeras, sin saber por dónde empezar y arrepintiéndose de haber aceptado la invitación. «En el tercer día me fui al hotel, encendí el ordenador y me tragué decenas de videos donde se explicaba la técnica del grafiti. Tenía la teoría, pero no la práctica. El día siguiente me hicieron subir a una grúa para pintar. Me sentí como en una montaña rusa, pero tuve una conexión muy fuerte con aquello que estaba haciendo», detalla. Desde entonces, su carrera artística se elevó.

Sus pinturas, de carácter reivindicativo, giran alrededor de dos temas muy importantes para ella: los derechos de las personas refugiadas y la lucha por la igualdad de género y contra los estereotipos que a menudo rodean las mujeres. Por el contenido de su obra y por ser mujer, musulmana, portadora de hiyab y en un país conservador como Jordania, Laila Ajjawi ha tenido que hacer frente a una serie de retos y ha tenido que luchar contra el machismo de un sector —el del arte en la calle— dominado por los hombres.

Palestina, la identidad y la tierra negada

Para hablar de la historia reciente de Palestina hay que remontarse al 1948. Acabada la Segunda Guerra Mundial y con la herida que había supuesto el genocidio del pueblo judío en Europa, aquél año se creó el Estado de Israel en territorios palestinos. A causa de aquella ocupación, conocida como la Naqba, más de 700.000 palestinos y palestinas tuvieron que huir hacia Jordania, el Líbano y otros países de la región. De aquella ocupación nació la diáspora palestina, que hasta el día de hoy reclama su derecho a poder volver a su territorio.

A pesar de que hay varias resoluciones de las Naciones Unidas (la 194 del 1948, la 242 del 1967, la 43/177 del 1988 —que pide la entrada de Palestina como miembro de la UNESCO—y la 75/22 del 2020, entre otros) que hacen referencia a la ilegalidad de la ocupación por parte de Israel en Cisjordania y la Franja de Gaza, este es un conflicto enquistado con pocas probabilidades de resolverse en un futuro próximo.

De hecho, el artículo 11 de la Resolución 194 del 1948 establece que: «los refugiados que quieran volver a su casa y vivir en paz con sus vecinos tienen que poder hacerlo lo antes posible, y se tendría que pagar una indemnización por los bienes de aquellos que deciden no volver y por la pérdida o daños a la propiedad que, de acuerdo con los principios de derecho internacional o de equidad, tendrían que ser reparados por los gobiernos o autoridades responsables». El 1974, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la resolución 3236 (XXIX), en la cual se volvían a poner de manifiesto los derechos inalienables del pueblo palestino a la libre determinación, la independencia y la soberanía nacionales y el derecho de los palestinos a volver a sus casas y sus propiedades. Ninguna de estas resoluciones ha sido tenida en cuenta por el Estado de Israel.

El 1987 se produce la Primera Intifada, después de que un camión acabara con la vida de cuatro personas palestinas. El levantamiento fue capitaneado por la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). En el contexto de la Intifada, Yasser Arafat, en aquel momento líder de la OLP, proclamó el Estado de Palestina, pero también reconoció el Estado de Israel, haciendo efectiva la coexistencia de los dos Estados, tal como habían propuesto las Naciones Unidas en 1947. Esto no gustó a Hamás, que decidió optar por la lucha armada. La Primera Intifada acabó el 1993, con la firma de los Acuerdos de Oslo, que iniciaron «una nueva etapa de entendimiento entre israelíes y palestinos. Una nueva manera de concebir las negociaciones de paz y donde se establecía el marco diplomático que se tenía que seguir». Israel reconocía la soberanía de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) a la Franja de Gaza, Cisjordania y Jerusalén este y se producía la foto mítica en la cual aparecen el primer ministro israelí Ytzach Rabin, Yasir Arafat y Bill Clinton, en aquel momento presidente de los Estados Unidos. Los acuerdos establecían la división del territorio de Cisjordania en zonas: A (de control palestino), B (de control conjunto por la ANP e Israel) y C (de control israelí). Este acuerdo tenía que desembocar en la creación de un Estado palestino independiente, hecho que nunca se llegó a producir. A pesar de que los Acuerdos de Oslo no se han llegado a implementar, se mantienen como el marco de negociación de referencia. La Segunda Intifada estalló en 2000 y vio su fin cinco años más tarde, el 2005. Se calcula que unos 3.600 palestinos y 1000 israelíes perdieron la vida en esta segunda revuelta.

En cuanto a catalizadores de la causa palestina al mundo, hay que destacar dos nombres: Gamal Abdel Nasser (1918-1979) quién luchó por un nacionalismo árabe unido y moderno que incluía el pueblo palestino y se posicionó claramente en contra de las políticas expansivas y de ocupación perpetradas por el Estado israelí; y Yasser Arafat (1929-2004), quién capitaneó la Organización por la Liberación de Palestina (OAP) y fue presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) desde 1996 y hasta su muerte (el 2004). Actualmente, el presidente de la ANP es Mahmud Abbas.

Estado actual del pueblo palestino

Actualmente el pueblo palestino consta de unos 12-13 millones de personas dispersadas en diferentes territorios. Casi seis millones viven en los territorios ocupados de Cisjordania y Gaza; de estos seis millones, un tercio vive en campos de refugiados reconocidos por la UNRWA, la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Oriente Próximo. Dos millones de palestinos y palestinas viven en la Franja de Gaza. Se calcula que hay dos millones de palestinos en Jordania, medio millón en Siria, medio millón en el Líbano y entre dos y tres millones en la diáspora. También se calcula que en la actualidad hay unos 750.000 colonos asentados en territorio palestino en Cisjordania. La situación continúa siendo crítica tanto en Cisjordania, Jerusalén este y la Franja de Gaza —controlada por Hamás—. En este último lugar, el 53% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, lo cual hace que dos millones y medio de personas dependan de manera absoluta de la ayuda humanitaria para poder sobrevivir. «Por otro lado, la expansión continuada de asentamientos ilegales en Cisjordania supone situaciones perversas para el mercado laboral de la población palestina. Como no disponen de oportunidades de ocupación en los territorios palestinos, más de 127.000 palestinos (el 24% de la mano de obra empleada en Cisjordania) trabajan en las colonias israelíes cada día, manteniendo y desarrollando de este modo un sistema que provoca una mayor ocupación y anexión, creando una relación de dependencia muy alta del mercado laboral palestino con la economía israelí», se puede leer en este informe.

Entrevista a Laila Ajjawi

¿Cómo vives tu identidad palestina?

Mi generación y yo nunca hemos olvidado nuestros orígenes. Cuando era pequeña, en la escuela a menudo hablábamos de los pueblos de origen de cada uno, de nuestra cultura, de nuestra comida… Nos gustaba mucho. Nuestras familias nos explicaban historias de nuestra tierra, celebrábamos las efemérides relacionadas con Palestina y disponíamos de mucha información: en los libros de texto había mucha información sobre nuestra causa, pero ahora todo esto ha cambiado. Toda esta información se ha ido eliminando de manera gradual y todo va en una dirección: que la causa palestina caiga en el olvido. Tiene que ver con intereses económicos y geoestratégicos. También hemos desaparecido de los medios de comunicación, y a menudo somos víctimas de la censura: nos cierran páginas web o nos bloquean las cuentas de las redes sociales por el contenido que subimos. Ahora bien, si cuelgas contenido sobre la guerra entre Rusia y Ucrania no pasa nada. Quieren destruir la causa palestina. Dicho esto, mi identidad palestina está conectada con el campo de refugiados donde crecí, del cual me fui con veintisiete años. A pesar de que ahora no vivo allí, continúo viendo la gente del campo; y me pone muy triste ver como las nuevas generaciones cada vez están menos conectadas con la causa. Están muy distraídas con las redes sociales y otras cosas.

Además de la carrera artística, te dedicas al trabajo humanitario.

Cuando empecé a salir del campo de refugiados para ir a la universidad, tuve que enfrentarme al racismo. Esto me marcó y decidí que no quería que nadie se sintiera como yo me había sentido. Hay mucha gente que odia los refugiados y refugiadas y que es incapaz de entender sus circunstancias. Tienen [els refugiats] muchos enemigos incapaces de ver sus talentos. En este sentido, yo siempre me he esforzado para descubrir estos talentos y ponerlos de relieve para proteger estas personas.

¿Como refugiada que eres, como te sientes cuando ves el trato que reciben las personas que llegan a una Europa cada vez más fortaleza?

Siento tristeza porque, después de todo el que han tenido que pasar, todavía se encuentren con más barreras. Solo pido que no se mire a estas personas como números, sino como seres humanos que son y que se hagan las políticas necesarias para darles un trato justo. Aquí en Jordania tenemos muchos refugiados sirios: se les paga menos, trabajan más horas… Y ellos lo aceptan todo porque no les queda otra. Esto se pararía si los gobiernos pusieran mano dura y legislaran.

Tu arte tiene dos temáticas principales: los derechos de las personas refugiadas y la lucha contra los estereotipos de género. ¿Es planeado o te nace de manera natural?

Por las circunstancias que me ha tocado vivir, siempre he sido una persona sensible, sensibilizada y responsable. Ya de pequeña me tenía que hacer cargo de mis hermanos cuando mis padres no estaban. Esta responsabilidad fue creciendo conmigo a medida que me hacía grande; y es uno de los motivos por los cuales siempre pido permisos para pintar murales en el espacio público, por ejemplo. Intento hacer las cosas bien porque quiero dejar un impacto positivo. Este deseo también hace que, en mis murales, a pesar de ser reivindicativos, solo haya espacio para las cosas positivas. Quiero que mi arte sea una semilla para el cambio; y este es el mensaje que me gustaría dejar. Por lo tanto, no, no es planificado: mis dibujos salen de mis vivencias y de aquello que soy yo; de ver a mis amigas tener que dejar la escuela, de ver a mis padres trabajando y luchando por nuestra educación.

¿Eres todo un ejemplo de superación y empoderamiento, eres consciente?

El deseo de empoderar a las mujeres me persigue desde que era pequeña. Ahora, que tengo algo más de proyección internacional, lo tomo como una responsabilidad personal Soy mujer, árabe, musulmana, y llevo el hiyab. No ha sido fácil, pero las palabras de otras mujeres me han ayudado mucho. Recuerdo uno de los primeros reportajes que me hicieron, en la revista Cosmopolitan. Leer los comentarios de tantas personas que me apoyaban fue muy empoderador.

Habitualmente la representación de las mujeres está hipersexualizada. Tú te has desmarcado de esta representación.

En todo el mundo, sí. El mundo del grafiti es un mundo liderado por los hombres. Las mujeres que yo dibujo son naturales, no están sexualizadas y aparecen con sus canas y sus arrugas.

¿Cómo te relacionas con la idea de que tu arte es efímero, que en cualquier momento puede ser modificado o borrado?

Lo he tenido que trabajar, ciertamente. He tenido que entender que, una vez pintado el mural, aquella obra deja de ser mía, pasa a ser de la gente. Y esto significa que quede expuesta a cambios, evidentemente. Cuando empezaba a pintar tuve alguna experiencia dolorosa, por eso tuve que trabajar esta faceta.

¿Qué pasó?

Había pintado una chica muy bonita con hiyab y mariposas, dentro del campo de refugiados. . Cada día, cuando pasaba por aquella calle, veía el mural y los cambios que iba sufriendo. Una vez me di cuenta de que le habían rascado la cara y me enfadé. Me acerqué y vi que unas niñas habían escrito su nombre en la cara de la chica del mural. Supe que eran unas niñas por sus letras. En aquel momento me sentí contenta: no ves nombres de chicas por las calles; y el mural las había empoderado para mostrar su identidad allí y de aquella manera. Se lo habían hecho suyo. Pero un día borraron el mural. Me encontré toda la pared pintada de blanco. Me sentó tan mal que incluso me puse enferma. Intenté investigar quién lo había hecho, pero no lo llegué a saber. Fue triste y doloroso, pero entendí que una vez acabas una obra en un espacio público, ya no es tuya.

Tu condición de refugiada palestina ha dado forma a tu arte; ahora bien… ¿Cómo ha forjado el arte tu vida?

El arte siempre ha sido la manera más eficiente que he encontrado para expresar como me sentía. Me ha permitido expandirme y asumir responsabilidades. Pero tengo que admitir que como artista también he tenido que obligarme a tomarme seriamente y a dejar los miedos a un lado. El arte también me ha ofrecido retos. La carrera artística ha cambiado mi vida al 100%, también mi situación financiera, y estoy muy agradecida.

¿A qué retos has tenido que enfrentarte como mujer grafitera?

A algunos, pero menores. No me gusta generalizar, pero sí que he encontrado hombres que me han preguntado por qué hacía lo que hacía, por qué dibujaba mujeres, u hombres que directamente me han dicho que tendría que estar en casa cuidando los hijos o trabajando en una oficina o un lugar cerrado. Como todas las mujeres, he tenido que hacer frente a diferentes facetas del machismo, ¡por supuesto!

¿En qué estás trabajando, ahora?

Trabajo como supervisora de proyectos relacionados con el arte. He pasado por diferentes organizaciones y he trabajado como profesora y supervisora. Me gusta mucho mi trabajo como formadora porque es una tarea muy enriquecedora: das mucho, pero también recibes mucho. La sensación de poder dar es muy buena, y me gusta. A veces digo que ‘nací formadora’. En el plan artístico, de cara al futuro, me gustaría darme a conocer internacionalmente y poder hacer intervenciones fuera de Jordania. También me gustaría exhibir mi arte en galerías o museos.

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