Iasonas Apostolopoulos

Drets de les persones migrades
Grècia

El ateniense Iasonas Apostolopoulos estudió ingeniería civil, pero tras visitar la isla de Lesbos en 2015, supo que nunca más volvería a ejercer de ingeniero. Aquel año, a Grecia llegaron más de un millón de personas, principalmente procedentes de Siria, Irak y Afganistán. Ante tal tragedia humanitaria, decenas de jóvenes griegos, pero también de otras partes del mundo, se instalaron en las islas varias semanas para ofrecer asistencia a las personas migrantes que llegaban. Iasonas Apostolopoulos fue una de estas personas; y esas semanas en Lesbos le cambiarían la vida por completo. 

 

Han pasado diez años del inicio de su trabajo humanitario en Lesbos, y actualmente el activista trabaja como coordinador de la organización humanitaria italiana Mediterranea Saving Humans, en la que lidera las operaciones de búsqueda y rescate en el Mediterráneo central a bordo del buque de rescate Mare Jonio.  

 

Además de su trabajo a bordo del Mare Jonio, Iasonas también participa en eventos políticos, charlas y debates alrededor de las migraciones y la acogida; y eso, desafortunadamente, le ha ocasionado insultos y amenazas de muerte en las redes sociales. Su crítica feroz a la Guardia Costera griega y su responsabilidad en decenas de muertes en el Mediterráneo están, desde hace años, en el punto de mira de la ultraderecha y la derecha griega, que lo califican, a menudo, como “un traidor a la patria”. 

 

La Guardia Costera griega, en el punto de mira 

Las críticas constantes y el señalamiento al que Iasonas Apostolopoulos, pero también otros activistas y medios griegos alternativos someten a la Guardia Costera helena tiene fundamento, tras haberse demostrado, en diferentes ocasiones, su responsabilidad en los pushbacks (devoluciones forzosas en alta mar, no contempladas en el derecho internacional) o en la dejación de funciones ante la obligación del derecho internacional marítimo de rescates en alta mar.   

 

Actualmente 17 guardias costeros griegos están imputados y enfrentan posibles cargos criminales por el naufragio de Pylos, en el que murieron ahogadas unas 650 personas en junio de 2023. Fue el naufragio más mortífero que se ha registrado en el mar Mediterráneo en los últimos años; y, en base a los testimonios de los supervivientes (104), no fue un accidente, sinó que el colapso del barco fue causado por una maniobra brusca de la Guardia Costera mientras intentaba remolcarlo a aguas internacionales. Es decir, en una maniobra de pushback. A tal efecto, y tras dos años de mucho trabajo por parte de las organizaciones griegas defensoras de los derechos humanos, pero también gracias a la investigaciones de Forensic Architecture, The Press Project, Amnistía Internacional (AI), Legal Centre Lesvos i 

y Human Rights Watch (HRW), entre otros, se ha conseguido llevar a una serie de guardacostas ante los tribunales: al capitán del patrullero que se encontraba allí en el momento del naufragio se le acusa de haber provocado el colapso del barco y de no haber socorrido a los y las personas migrantes y al resto de tripulación se le señala por complicidad. Todos ellos están acusados de no haber cumplido con sus obligaciones de rescate: una vez hundido el barco, los guardacostas tardaron entre tres y cuatro horas en sacar a las personas del agua.  

 

No solo eso: las irregularidades que se produjeron durante las horas previas y posteriores al naufragio hacen sospechar que la no asistencia a estas personas fue algo deliberado. A pesar de que han pasado dos años de la tragedia, la Guardia Costera no ha proporcionado registros de las comunicaciones durante esas horas; tampoco hay transcripciones durante las horas en las que se produce el colapso, ni ningún tipo de registro audiovisual, algo a lo que están obligados.  

 

El Mediterráneo central, el cementerio más grande del mundo 

Una de las cosas que más impresiona a Iasonas Apostolopoulos es, como un mar que acoge cada año centenares de miles de turistas es, también, la fosa más grande del mundo. Se calcula que entre 2015 y 2025, unas 30.000 personas han perdido la vida intentando llegar a las costas europeas.  

 

La falta de rutas seguras y la actitud tanto de la UE en conjunto como de los países como Italia, Malta, España o Chipre ha contribuido a la magnitud de esta cifra; porque tal y como recuerda el activista griego: “Hoy por hoy, la única manera de que un ser humano solicite asilo en Europa es pagar a un traficante y arriesgar su vida en el mar. No hay otra opción. En 2025 no hay una forma segura ni legal para que un ser humano ejerza este derecho internacionalmente garantizado: el derecho al asilo”. Las rutas de entrada seguras para personas procedentes del norte de África o de países como Pakistán, Siria, Bangladesh o Afganistán están cerradas; así que las opciones de migrar son pocas e inseguras. 

  

En estas travesías, que llegan a durar días y en las que se viaja en condiciones extremas (en embarcaciones abarrotadas, sin apenas agua ni comida), estas personas tiene que hacer frente a la violencia no solo de las mafias sino a la de las guardias costeras de los diferentes países, que desde hace años llevan a cabo una política de devoluciones forzosas no contempladas en al legislación internacional. 

 

Según datos de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), desde enero de 2025 a Grecia han llegado unas 23.000 personas; y a Italia unas 33.000. Los datos de las personas muertas y desaparecidas en las rutas suelen ser poco precisos, ya que a menudo resulta difícil recabar información sobre el total de personas que suben a las embarcaciones.  

Entrevista a Iasonas Apostolopoulos

 “La idea de que unas vidas importan más que otras es la base del fascismo, que es la mayor amenaza para nuestra sociedad” 

 

En 2015 cambia tu vida con la mal llamada “crisis de los refugiados”. 

Así fue. Yo había estudiado ingeniería civil en la Universidad Técnica Nacional de Atenas; y tenía un máster en ingeniería ambiental, pero en 2015 decidí mudarme a Lesbos para ayudar a las personas que llegaban. Allí trabajábamos codo a codo con Open Arms, que fueron de los primeros en llegar a la isla. Me fui por dos semanas para distribuir ropa, comida y agua y terminé quedándome nueve meses. El 28 de octubre de 2015 presencié una de las peores tragedias que me ha tocado ver en mi vida: vi cómo 300 personas se hundían frente a nosotros a unas dos millas de la costa. No pudimos hacer nada porque en ese momento no había ningún barco de rescate disponible para salir a ayudar. Más de 70 personas murieron frente a nosotros. Me impactó sobremanera ver toda aquella playa llena de cadáveres. Esa misma noche organizamos una asamblea y decidimos que no podíamos limitarnos a la distribución de bienes de primera necesidad: teníamos que formar un equipo de rescate. Trajimos el primer bote de rescate a la isla porque el primer equipo era muy amable, pero no tenía bote de rescate. Solo tenían dos motos acuáticas. En mi vida hay un antes y un después de Lesbos. Lo que vivimos allí fue tan intenso, que lo abandoné todo. Desde entonces, formo parte de otros grupos de rescate que operan en el Mediterráneo central. Durante los últimos nueve años, después de Lesbos, he trabajado en barcos de rescate, principalmente en Italia. 

 

En la actualidad eres el coordinador de búsqueda y rescate de Mediterranean Saving Humans.  

Sí; y también participo activamente en Grecia como activista de derechos humanos, principalmente a través de diferentes redes de solidaridad. Estamos intentando dar visibilidad y concienciar sobre el problema de las devoluciones forzosas en las fronteras griegas y la criminalización de las personas en tránsito, especialmente de aquellas que conducen las embarcaciones.  

 

Hace unas semanas el Gobierno heleno aprobó una enmienda de emergencia por la cual se suspenden los procedimientos de asilo para personas que llegan del norte de África. 

La situación en Grecia es complicada. Hace un par de años tuvimos el mayor naufragio de la historia de los últimos años, el naufragio de Pylos, en el que ahogaron más de 600 personas. Ahora sabemos que fue la Guardia Costera griega quien hundió el barco al intentar remolcarlo con un cabo hacia Italia o Malta. El barco estaba en aguas internacionales, pero intentaron expulsarlo de Grecia y murieron más 600 personas. Fue horrible. 

 

Pero ahora hay 17 guardacostas imputados por su responsabilidad en ese naufragio.  

Lo hemos peleado mucho; yo mismo fui testigo en la defensa del juicio contra las siete personas que conducían el pesquero y a quien se quería encarcelar por traficantes de personas. Y sí, que haya 17 guardacostas imputados por se naufragio es una gran noticia; una noticia increíble, me atrevería a decir. Hasta ahora, [las organizaciones de derechos humanos] hemos sufrido una criminalización tremenda; hemos sido atacados por los medios y por la clase política. A mí me han acosado en redes, incluso algunos ministros; me han llamado contrabandista, traidor y difamador. Me han dicho que estoy en contra de la Guardia Costera griega porque apoyo a Turquía. Y ahora que los guardacostas están acusados de homicidio involuntario se ha hecho el silencio en los medios. Desde las organizaciones esto es precisamente lo que intentamos: cambiar la narrativa que existe alrededor de las llegadas, modificar el discurso público y dar visibilidad a la situación. Mucha gente en Grecia desconoce cómo actúa la Guardia Costera en el mar.  

 

Y ahí entran las organizaciones y algunos medios alternativos.  

Cambiar la narrativa sobre la migración también forma parte de nuestra labor: además de llevar a cabo rescates, buscamos dar visibilidad a la situación; y por eso organizamos actividades de incidencia política. Si no lo comunicamos, nuestro trabajo, que se desarrolla en alta mar, no se ve. Es difícil llevar con nosotros a periodistas, así que sabemos que la información tiene que surgir de nosotros mismos. Tenemos que informar sobre las violaciones de derechos humanos, las terribles condiciones en las que viven estas personas en Libia, el papel activo de la Unión Europea en las devoluciones forzadas, etcétera. Por otro lado, en Europa el espectro político se está inclinando hacia la derecha y la extrema derecha. Hay un discurso xenófobo generalizado entre la clase política. Y sí, ciertamente tenemos que culpar a los racistas que se organizan contra los migrantes en la calle; pero también tenemos que señalar a las élites, porque este odio se transmite desde arriba hacia los de abajo. Invierten en xenofobia porque no tienen nada más que prometerle a la gente. Vivimos en una época de crisis que se extiende en diferentes ámbitos: hay varias guerras en marcha, inflación, encarecimiento de los bienes… Ni siquiera podemos permitirnos tener una casa a causa de Airbnb. El costo de la vida es desorbitado y la gente sufre. Así que, cuando no hay nada más que prometerle a la población, lo fácil es culpar a los más débiles de nuestras sociedades: los migrantes. Es fácil encontrar un chivo expiatorio y dirigir toda esta energía y todo este odio hacia los más pobres.  

 

¿Y cómo se pueden o se deben combatir esos discursos de odio? 

Cambiando la narrativa y derribando los mitos que escuchamos sobre la migración. En mis charlas hablo sobre esto: ¿Sabemos cuántas personas llegan realmente al año? Porque si escuchas a los medios, pensarás que llegan millones de personas; pero no es así. Solo unas 200.000 personas llegan anualmente a través del mar. Es una cifra increíblemente pequeña, ridícula. La retórica de que no podemos acogerlos porque son demasiados es mentira. ¿Cómo pudimos acoger a 4 millones de ucranianos en dos meses? Eso fue algo estupendo que hicimos, ¿por qué no lo podemos hacer con los demás? Otro punto importante es dejar de hablar de ‘inmigrantes ilegales’. Hablar de personas legales o legales implica que el viaje regular es una opción, cuando no lo es. Hoy por hoy, la única manera de que un ser humano solicite asilo en Europa es pagar a un traficante y arriesgar su vida en el mar. No hay otra opción. En 2025 no hay una forma segura ni legal para que un ser humano ejerza este derecho internacionalmente garantizado: el derecho al asilo. ¿Y cuánta gente sabe esto en Grecia? Muy poca. 

 

¿Cómo ha cambiado la situación en el Mediterráneo central en los últimos 10 años? 

La represión ha empeorado. Ahora se invierte mucho más dinero y recursos en bloquear la llegada de migrantes a Europa; y también se está trabajando mucho para restringir las actividades civiles de búsqueda y rescate. Por otra parte, las organizaciones contamos con una flota civil de más de 20 barcos repartidos por toda Europa, lo que significa que hay un gran movimiento solidario. 

 

Y habéis sufrido mucha criminalización.  

Eso sí. Nos hemos enfrentado a todo tipo de represión: desde la detención de capitanes, como el caso de Carola Rackete, también nos han acusado de tráfico de personas, nos han bloqueado los barcos en los puertos por razones burocráticas, nos los han confiscado, etcétera. Con Salvini, Italia cerró los puertos; Meloni ahora nos envía a puertos más lejanos, como el de Venecia, el de Rávena o el de Ancona, que están a días de viaje. Perdemos dinero y combustible. Sin embargo, lo más grave de todo esto es la deshumanización de los migrantes, a quienes se presenta como una amenaza para los países occidentales, como enemigos, como invasores. Por eso insisto: hay que mostrar a la gente que el enemigo no es el refugiado, sino el racismo y la violencia contra los débiles, que está envenenando todos los ámbitos de nuestra sociedad. Porque, por ahora, los refugiados son los principales objetivos; pero tarde o temprano, todo este odio se alimentará contra otros menos privilegiados, sean de donde sean. La idea de que unas vidas importan más que otras es la base del fascismo, que es la mayor amenaza para nuestra sociedad. El racismo y el fascismo crearon dos guerras mundiales; el Holoocausto, el colonialismo y todas estas guerras que presenciamos ahora. No fueron los migrantes.  

 

¿Qué es lo que más te entristece o te hace rabiar de la situación? 

Que el mar que acoge a millones de turistas cada año se haya convertido en el mar más mortal del planeta. Es un cementerio enorme. En los últimos 10 años, más de 30.000 personas han perdido la vida en el agua. Y esas muertes no son resultado de un accidente ni de un desastre natural: son fruto de una política europea diseñada para que los solicitantes de asilo no dispongan de rutas legales y seguras. Es la UE quien los empuja a las redes de tráfico de personas. Por otra parte, está el tema de la asistencia: no los rescatan cuando necesitan ayuda. La política de no asistencia es algo habitual: llamamos constantemente a los guardacostas italianos, malteses, griegos; les decimos que hay gente muriendo, en peligro… Ignoran las llamadas de socorro. Presenciar la muerte es una cosa; y es muy duro, es muy duro recoger cuerpos del mar, pero es más duro darse cuenta de que hay una decisión política detrás de estas muertes, que podrían haberse evitado. Dejan morir a la gente deliberadamente para que otros no vengan; y esto es vergonzoso. Es una vergüenza no solo para Europa, sino para toda la humanidad. 

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